SANIDAD EMOCIONAL CON EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO

“El sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.”
SALMOS 147:3

El Padre no solo sana nuestro cuerpo, sino también nuestro corazón. Él quiere restaurar nuestras emociones y nuestras heridas internas. Cuando le permitimos entrar en esas áreas de nuestro corazón que necesitan sanidad, experimentamos una transformación. El Padre no ignora nuestro dolor; a veces, llevamos dentro traumas causados por situaciones difíciles que hemos enfrentado, convirtiéndose en esas heridas emocionales que no sanan y siempre están abiertas. Estas heridas afectan nuestras relaciones, nuestra autoestima y, por supuesto, nuestra paz interior. Sin embargo, si nos sumergimos en la Palabra, nos damos cuenta de que Él promete estar dispuesto a sanar nuestras heridas, a vendar nuestro corazón fracturado y a darnos una nueva vida.

Querido lector, hace algún tiempo pasamos por una situación bastante incómoda que afectó nuestra área emocional (quiero aclarar que no solo las heridas emocionales las sufrimos en nuestra área sentimental). Tuvimos un conflicto familiar porque algunas personas se molestaron con nosotros por la decisión que tomamos de ir a un lugar para exponer nuestros productos sin consultarlo con ellos. Hubo tanta incomodidad por parte de ellos que nos insultaron en las redes con palabras muy subidas de tono, tratando de indisponer a toda la familia en nuestra contra. Hablaban entre ellos buscando aprobación y apoyo para justificar su molestia hacia nosotros. Como eran personas a las que estimamos mucho, esa situación causó una herida en nuestro corazón y en nuestros sentimientos, porque esas heridas duelen. Eso nos quitó la paz y la calma durante aproximadamente tres días, sobre todo porque lo que hicimos nunca fue para afectar a nadie ni para herir sentimientos. El conflicto surgió porque nosotros logramos llegar al lugar al que habíamos ido, y eso fue la causa de la incomodidad.

Esta situación nos afectó tanto que tuvimos que entrar en oración y pedirle al Espíritu Santo que calmara nuestro corazón y trajera paz. Y eso fue lo que hizo el Espíritu Santo. También nos llevó a pedir perdón, aun sin tener culpa alguna de lo que se nos acusaba. Y se preguntarán: ¿por qué pedir perdón si no era nuestra culpa? Porque el Espíritu Santo nos mostró que no solo se trataba de sanar y vendar nuestro corazón, sino también el de ellos, ya que tenían más heridas que nosotros: heridas de odio, envidia, impotencia, frustración, entre otras. Esto causó que una de esas personas enfermara. Se dieron cuenta de que los esfuerzos que hicieron por hacernos quedar mal surtieron el efecto contrario, no porque nos hayamos justificado frente a nadie, sino porque optamos por hablar bien de ellos cuando alguien nos preguntaba al respecto. Fuimos obedientes y pedimos perdón. Las personas seculares no se esperan esto, pero podemos contarles que esto fue instantáneo. Inmediatamente, el ambiente se transformó. Sentimos que ese peso fue quitado de ellos y vino la sanidad y la restauración emocional que todos necesitábamos.

Lo que aprendimos en este proceso es que cuando permitimos que Dios entre en nuestro dolor, en nuestra aflicción, Él no solo sana, sino que también nos transforma y nos da nuevas fuerzas para seguir adelante. Quiero que sepas que si estás pasando por un momento de dolor o herida emocional, sea cual sea, y por difícil que te parezca, Dios está ahí para ti. No estás solo(a). Él es el mejor médico para sanar nuestras heridas más profundas, y aunque el proceso no siempre es rápido, Él promete que: “Sanará a los quebrantados de corazón y vendará sus heridas.”

Oremos juntos:
Señor, te damos gracias porque entendemos que Tú eres nuestro Padre y que también te aflige nuestro dolor, cuidando de nuestros corazones heridos. Te pedimos que entres en la profundidad de nuestro ser donde necesitamos de Tu sanidad. Entendemos que Tu amor y Tu poder son suficientes para sanar cualquier herida que llevamos dentro. Ayúdanos a entregarte todo nuestro dolor sin esconder nada y a confiar en Tu proceso. Te damos gracias en el nombre de Jesús.

¡Amén!

NOTA: “Gracias, Padre, por haber vendado nuestro corazón, por enseñarnos el poder que tiene el perdón y por sanar nuestras heridas.”

Desde el corazón reparado,
Emma y Robinson Forero

 



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