COSECHANDO SANTIDAD
Entender que a santidad es una vida dedicada para Dios. Esto implica apartarnos del pecado y permitir que Él limpie no solo lo evidente, lo “escandaloso”, sino también aquello que muchas veces no alcanzamos a ver. Por eso el salmista oraba:
“límpiame de los pecados que me son ocultos” (Salmo 19:12).
Estos pecados internos – egoísmo, soberbia, orgullo, altivez, envidia u orgullo – solo se revelan cuando caminamos cerca del Señor. La santidad no se trata de cumplir reglas externas, sino de permitir que Dios transforme desde adentro.
“Porque el señor no mira lo que mira el hombre (..) el Señor mira e corazón”.(1Samuel 16:7).
Por eso hoy queremos compartir con ustedes 4 principios para cultivar la santidad:
Mantener una relación con Dios.
La santidad crece cuando nos examinamos a diario. La Palabra es el espejo que revela lo que hay dentro de nosotros. La Escritura nos recuerda: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Y esa santidad solo se sostiene cuando permanecemos en Él: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Trabajar en nuestro corazón.
La santidad crece cuando nos examinamos a diario. La Palabra es el espejo que revela lo que hay dentro de nosotros: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón… y guíame por el camino eterno” (Salmo 139:23-24). Es el Espíritu Santo quien convence y transforma: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Efesios 4:23).
Entender el proceso porque la santida es progresiva.
La santidad no es instantánea; es un camino que dura toda la vida. La Biblia lo explica así: “La senda del justo es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). Es una transformación continua que el Espíritu produce: “Y todos… somos transformados de gloria en gloria” (2 Corintios 3:18).}
La santidad es una responsabilidad personal.
El Espíritu Santo nos ayuda, pero cada uno debe tomar decisiones diarias para vivir para Dios.“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Lo que sembramos hoy determinará el fruto de mañana: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).
Así como en la agricultura, primero viene la siembra: la Palabra que escuchamos y que nos motiva a apartarnos del pecado. Luego, la semilla crece: nuestro carácter comienza a parecerse más al de Cristo. Finalmente, llega la cosecha: una vida fructífera, firme y guardada para Dios. Jesús lo dijo así: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Juan 15:8). La santidad no es perfección inmediata: es una vida rendida, constante y apasionada por agradar a Dios, paso a paso, día tras día.
Con amor, Martha Novoa.

Amén y amen
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